martes, 2 de agosto de 2022

Pichí, amor Pichí.



 

 Estoy destrozada, y últimamente parece que entro al blog solo para despedidas. No es así; son homenajes a quienes me han dejado el corazón roto, pero rebosante de amor. Y tú no ibas a ser menos, Pichí, aunque haya compartido contigo solo 16 días. Me parece mentira, parece que llevases mucho más tiempo conmigo. La intensidad de lo compartido no entiende de cronologías. Me decía Lidia que un amigo suyo decía que la vida hay que valorarla por lo ancha que ha sido más que por la longitud. Espero que la tuya, a pesar de corta, haya sido ancha. Si tengo que juzgar por cómo me sentía yo estando contigo, entonces es inconmensurable.
    Te encontré el 15 de julio, escondido entre las macetas de la placeta. Andabas, correteabas, revoloteabas, pero no remontabas el vuelo, salvo para subir de un escalón a otro. Me fue muy fácil cogerte y creo que hubiese sido aún más fácil a cualquiera que quisiera hacerte daño. No hay gatos por aquí, así que no creo que hubieses acabado en sus garras (irónico que fuera Michi quien acabara contigo), pero quizá algún perro, o quizá, a tenor de las temperaturas de ese día, hubieses muerto de calor, o de deshidratación. Quise salvarte la vida, pensé que lo estaba haciendo y me diste 16 días de felicidad infinita, incluso con la incertidumbre de si saldrías adelante. Sé que los gorriones alimentan a sus hijos en el suelo, incluso si han caído del nido, pero también sé (o creo, en realidad no sé nada) que no habrías podido remontar el vuelo con ellos. Juanjo me dijo cuando lo llamé que se le había muerto uno que estaba deshidratado y no podía seguir a sus padre, así que creo que fue la decisión correcta.
    Primero fue la jeringuilla, y nada; pero al pan mojado en leches vegetales y en agua sí que reaccionabas bien. Me encantaba verte el buche llenito y oírte llamar a los tuyos cuando te ponía en la ventana. Y ese descaro tuyo tan lindo, cuando me mirabas desde el armario para decirme ¿quë? ¿O solo mirabas? Cada mañana me despertaba con una ilusión tremenda, me asomaba a tu jaula, cerraba todo y te dejaba la jaula abierta. A veces te  quedabas ahí todo el rato, pero últimamente ya te colocabas en posición de salida, te colocabas en la puerta, mirabas a todas partes y alzabas el vuelo hacia el poto o , más frecuentemente, hacia el coral.  Esa era tu atalaya particular.


    Al principio te llevaba siempre de Ogíjares a Granada. Tenía que darte de comer con frecuencia y no podía dejarte en manos de nadie. Luego, como ya comías solo, te dejaba en Ogíjares, con la jaula siempre cerrada y también la puerta. Una escoba avisaba de que allí había una vida preciosa que había que proteger.
    Ayer el aviso no fue suficiente. No me lo puedo creer. Lo vivo como una traición. ¿Seré capaz de perdonar? Espero que fuese rápido, que no pasaras miedo, pero no puedo dejar de llorar. Ando como una zombi. Aún no he vuelto a Ogíjares. Tú sí has vuelto a casa, en el fondo de tu jaula, dormidito. Ahora descansas aquí. Te merecías una vida más larga, Pichí. Nos merecíamos ese verano en Francia, ese plan A si volabas o el plan B si no podías volar. No es justo. El dolor es atroz, y la furia no ayuda a sobrellevarlo. Te lloro y maldigo. ¿Soy injusta? Quizá. Pero tu vida era preciosa y se merecía que cualquier persona a cuyo cargo estuvieras la cuidara con la atención que yo te dispensaba. No, no soy Doña Perfecta, far from it; pero sé lo único que eras. No cabía negligencia alguna. Y ahora no puedo perdonar.
    Pero esos 16 días. ¡Guau! You thrived! Espero que te sintieras amado y, si continúas aquí, como dicen, en otro plano, espero que lo sientas aún más, libre de ataduras y pesos físicos. A mí me duele tu vida acortada antes de tiempo, mis ilusiones contigo sesgadas, pero me siento privilegiada de que estés en mi vida. Te quiero, Pichí.
Love trumps death, and death is not the end.
Duele.

Hasta el reencuentro.