Con el estómago encogido desde que hace un mes conocí el rostro y el nombre de Rompesuelas, me pasé la mañana de ayer deseando como ya no podía desear más que el toro corriera, que corriera mucho, que llegara al límite donde podría salvarse. Y me sigo sorprendiendo de mi ingenuidad, como si ya no supiera que estos sádicos psicópatas no respetan ni la vida, ni las reglas. "¿Las re-quéeee? Eso qué es lo que eeeeees". Deseé que Elegido hubiese sido el último, que Rompesuelas se librara y que tuviéramos otro año por delante para terminar con esta salvajada. Hice pactos con el Universo, con la Virgen de la Peña, con la de las Angustias, y le puse una varita de incienso a Ganesha para que quitara todos los obstáculos que impidieran a Rompesuelas correr. Visualicé los titulares: "Rompesuelas vivo" "Rompesuelas indultado". Y no pudo ser - a pesar de que Rompesuelas llegó al ímite donde en teoría debería haber estado a salvo - porque la chusma, sedienta de sangre, tenía que ver al toro muerto sí o sí. En días anteriores, había deseado que, si Rompesuelas no se podía salvar, al menos se llevara a alguien por delante, cuantos más mejor. Sí, lo confieso sin rubor. Pero ayer no quise que nada enturbiara esa concentración en mantener la esperanza por Rompesuelas. "Corre, Rompesuelas." "Escápate, Rompesuelas." "Rompesuelas se salva".
Rompesuelas corrió, pero no se salvó. Y toda esa esperanza salió de repente, desaforada, materializándose en un torrente de lágrimas y en un vómito repentino que no pude controlar. Ahí se quedó la esperanza, dejando lugar para un dolor profundo, desgarrador, acompañado de un odio caliente, insondable, que me lleva a desearles la peor de las muertes a esta escoria humana.
Ese dolor, mezclado con ese odio, no ha parado de llorar por Rompesuelas, al tiempo que no ha dejado de desear que un francotirador acabe con cada uno de los que levantan su lanza contra el toro, para que ninguna llegue a su destino. Y fantasea con la idea de que un virus selectivo termine con todos los especímenes del Australopithecus Tordesillensis - hombres y mujeres - y que no afecte al resto de los animales, ni a los niños y niñas (todavía hay esperanza) ni al resto de tordesillanos y tordesillanas que no pueden alzar su voz contra esta barbarie - y los hay - asustados por las represalias de las que serían víctimas por parte de sus paisanos. Lo dicho, un virus letal que acabe contra el Australopithecus Tordesillensis. Y la Marga que esto escribe se habría horrorizado hace un tiempo por regodearse con semejante escenario, pero es que ya no le queda lugar para gastar misericordia con quien no la merece. Uf, merecer. Peliagudo verbo. Sé muy bien que no soy nadie para juzgar quién merece o no morir, pero lo cierto es que no puedo sentir pena por el sufrimiento de quien lo inflinge conscientemente por puro placer. Y no lamento no sentirlo. Es lo que hay.
Puestas a imaginar, imagino un final que dé por terminado el torneo definitivamente; un final a lo Zoo, la novela de James Patterson de la que hace poco se estrenó una serie de televisión. Imagino a Rompesuelas haciendo el mismo recorrido que sus predecesores, dirigiéndose hacia el campo donde le espera su destino, asustado por lo extraño de la situación pero certero en su paso. Imagino a los Australopithecus detrás de él; algunos a caballo, otros y otras a pie, unos lanza en ristre, otras y otros simplemente acompañando, disfrutando del espectáculo, sedientos de sangre. Rompesuelas echa a correr, salta el vallado y la persecución empieza. Llegado a un punto, se vuelve a sus perseguidores y, como respondiendo a una llamada inaudible, los caballos se ponen nerviosos, relinchan, se encabritan y tiran a sus jinetes. Unos se parten el cuello, otros se clavan la lanza y yo ni me inmuto. Estoy extasiada. Los caballos escapan y algunos, en su huída, pisotean a otros tantos jinetes. Y sigo sin inmutarme. La multitud aún no entiende qué está pasando, sin saber que lo mejor está por venir. No sé de dónde han salido, pero el campo empieza a llenarse de toros. Caminan sosegadamente pero con determinación, sin pararse a olfatear, ni a mordisquear. Normalmente no tienen interés alguno por los humanos, pero estos Australopithecus Tordesillensis parecen llamar su atención. Para cuando la chusma quiere darse cuenta, están dentro de una elipsis irregular cuyo final no alcanzan a ver, aunque sienten que están rodeados. Rompesuelas, el elegido de este año, empieza a correr, y como una ola, todos los demás toros se movilizan, transformándose en un ejército destructor. Rompesuelas corre, corre, y con él todos los toros que la vista no llega a abarcar. Y se llevan por delante a quienes se encuentran en su camino. No mercy. Quien no participa en el torneo, evidentemente, queda a salvo, igual que los niños, niñas, perros y perras que no están allí por elección La naturaleza es selectiva y queda extinta esta variante Tordesillense del Australopithecus.
Lo sé, lo sé. El placer que me producen estas ensoñaciones me sitúa muy cerca de estos seres despreciables a los que quiero ver exterminados. Puede ser. Yo lo siento más como un placer producido por un caso de justicia poética. Ya que la divina y la humana parecen brillar por su ausencia, me da la sensación de que la poética es en estos días la única forma de justicia que nos queda.
Y no, por favor, no me vengáis con el rollo de que la vida humana vale más que la no humana y demás zarandajas. Ninguna vida tiene un valor intrínseco superior a cualquier otra. Para cada ser vivo, su vida es única. El valor que le damos a cualquier vida es siempre extrínseco: mi vida vale más (para mí) que la del vecino del cuarto, y para el vecino del cuarto la suya vale más que la mía. Lógico. Podemos pensar que la vida de alguien que está trabajando en encontrar una cura contra el cáncer vale más que la de una profesora de literatura inglesa, y así hasta el infinito, dependiendo de lo que cada cual valore más. Pero ese valor, insisto, no es nunca intrínseco. Para mí, la vida de cualquier animal, humano o no humano, vale mucho más, infinitamente más que la del animal humano que lo maltrata. Y así, hago mías las palabras de Ricky Gervais que tan polémicas fueron este verano: “The truth is, I do prefer the bull to win. I’ve said very often, I’d rather you didn’t fight a bull. But, if you do, if you choose to torture an animal to death, for fun, I hope it defends itself.”
Magistral: "Ya que la divina y la humana parecen brillar por su ausencia, me da la sensación de que la poética es en estos días la única forma de justicia que nos queda".
ResponderEliminarSi fuera mi obra, John Webster iba a flipar. No te sientas mal por desearles dolor, ya que "al César lo que es del César", y parece que con alguna gente de este país no valen los argumentos si no van acompañados de práctica pura y dura.
Fíjate, Silvia, que hoy estaba pensando que, dado que el pueblo de Tordesillas está en el medievo, lo justo sería que las leyes se aplicaran atendiendo a un cierto código de honor. Rompesuelas, según las reglas, debería haber sido indultado. Para el que rompe las reglas: decapitación en la plaza pública. Muy medieval todo ¿no te parece?
EliminarComparto tus sentimientos, Margarita. Me he llevado tu entrada a mi blog. Espero que no te importe.
EliminarTú lo has dicho: No entiendo esa fijación por ponerte a su nivel. Desacredita tu discurso. Y es que además te conozco y sé que eres incapaz de disfrutar con esa violencia. Por lo demás, totalmente de acuerdo, en que esta barbarie ya es un vestigio de ese pasado en que éramos unos bárbaros, y debería acabar ya. De hecho, yo creo, a juzgar por el estado actual de la opinión pública al respecto, como decía, creo que su fin ya ha comenzado.
ResponderEliminarPor cierto, si no lo digo reviento: Yo, si he de elegir entre salvar la vida a un humano y a un toro, lo tengo claro. Alguna diferencia habremos de ver...
Pues me temo que ya no me conoces tan bien, Rayajo. Me produce un placer indescriptible el imaginarme esa escena. Hoy he visto por primera vez la muerte de Rompesuelas en el Intermedio y en un nanosegundo he pasado de estar delante de la televisión, acariciando la imagen del toro y llorando a lágrima viva a "ver" que, cuando estaba en el suelo y se acercaba uno de esos mierdas a tocarle la cabeza, el toro se espabilaba y lo ensartaba. Y no son palabras vacías. Te juro que así lo siento.
EliminarY si hay que salvar a un ser humano o a un toro, pues también lo tengo claro, clarísimo. Si el humano se ha puesto delante del toro a hacer el imbécil con la intención de cargarse al toro, salvo la vida del toro. Siempre. Precisamente porque la diferencia que yo veo es la de víctima y verdugo. Si el toro llama a tu puerta para clavarte los cuernos, pues te salvo a ti, está claro, pero si tú vas a llamar a la puerta del toro para clavarle lanzas, espadas o lo que sea, pues que te salve Rita. (Entiende que ese "tú" no eres tú ¿vale?)
Fíjate, prueba fehaciente de que no son palabras. Una serie de enlaces en Facebook me han llevado al Grupo Municipal Socialista Tordesillas. He dado mi opinión sobre algunos aspectos porque estoy harta de la demagogia de este tipo y de que utilice el término "fascistas" con tanta alegría para referirse a los anti-taurinos. Pues bien, me encuentro una nota de pésame que le dan a la familia del Concejal Socialista del Ayuntamiento de Traspinedo. Primera reacción: "Vaya, qué pena". Ya sabes que la cabeza en cuestión de segundos se imagina escenarios, y yo, no sé por qué, he pensado en un accidente de coche. Sigo leyendo... "fallecido tras ser corneado esta mañana en Peñafiel" y la pena, pues como el dolor de cabeza con la aspirina efervescente fffzzzzzz. Se va.
EliminarEl toro es un animal muy bello. Sus volúmenes, su geometría... hacen pensar en un 'demiurgo' que, con sus manos de alfarero, lo modelara. Sin embargo, el barro horneado es muy frágil. Y la barbarie... se impone. Porque eso era 'Rompesuelas': la más hermosa pieza... rota por la sinrazón. (Ojalá sea el último.)
ResponderEliminarEs que, además, Augusto, no sé si a ti te parece que la expresión de Rompesuelas, al menos en la foto que he puesto, es de una dulzura especial. A mí me parece la mirada de un niño. Y hoy voy y me entero que le cortaron los testículos por manso. Fíjate quienes son las bestias insensibles verdaderas.
EliminarEsta gentuza y sus defensores que se creen con derecho a decidir quien debe morir o vivir por tradición , se merecerían un BUEN TORQUEMADA CONTRA ELLOS, y que los DESPELLEJARAN muy poquito a poco, sin ninguna compasión.
ResponderEliminarEsta gentuza y sus defensores que se creen con derecho a decidir quien debe morir o vivir por tradición , se merecerían un BUEN TORQUEMADA CONTRA ELLOS, y que los DESPELLEJARAN muy poquito a poco, sin ninguna compasión.
ResponderEliminarEsta gentuza y sus defensores que se creen con derecho a decidir quien debe morir o vivir por tradición , se merecerían un BUEN TORQUEMADA CONTRA ELLOS, y que los DESPELLEJARAN muy poquito a poco, sin ninguna compasión.
ResponderEliminarUn mes hoy, Rompesuelas, un mes :___(
ResponderEliminarUn año hoy, Rompesuelas. Lo intentaste, conseguiste llegar al lugar donde deberías haber salvado tu vida, pero los monstruos tienen sed de sangre, la podredumbre humana alcanza su máxima expresión en gentuza como la que acabó con tu vida. Te quedaste en mi corazón a fuego. Fuiste el último Toro de la Vega pero no el último en sufrir por la hijoputez cazurra humana. Seguiremos hasta la abolición. Por todos vosotros.
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