jueves, 13 de septiembre de 2012

Homenaje a Volante


Esta belleza es Volante. Me resisto a utilizar el pasado para referirme a él, aunque lo mataron el 11 de septiembre, dentro del sanguinario festejo del Toro de la Vega, en la localidad vallisoletana de Tordesillas (a.k.a. "Mierdecillas"). Y me resisto a hablar de él en pasado porque sigue vivo en el corazón de todos los que nos oponemos a esta barbarie, que consiste en soltar un toro, perseguirlo por hordas de tíos-mierda a caballo que lo lancean hasta matarlo. Y, como cada año, las protestas de los defensores de los animales no han servido para nada. Al contrario, nos insultan y, como mínimo, nos espetan que hay cosas más importantes que preocuparse que la vida (yo, insisto, el sufrimiento) de un animal.
Preocuparse, indignarse y luchar por erradicar el sufrimiento gratuito debe de ser siempre una prioridad, independientemente de la especie afectada. Para mí vale muchísimo más la vida de un animal que la del humano que lo maltrata. Por eso, si ayer, alguno de estos mal nacidos se hubiese partido la cabeza al caerse del caballo, o se hubiese atravesado con la lanza que portaba, yo no habría derramado las lágrimas que derramé ayer por Volante. Si un accidente de esa envergadura hubiese servido para salvar la vida de Volante, lo habría dado por bien empleado. Una parte de mí me dice que no debo desearle el mal a nadie, quizá por un miedo supersticioso a que ese deseo se vuelva contra mí, pero cada vez que veo la foto de Volante, esa parte se calla y sueña con una especie de justicia poética. Me avergüenzo de la especie a la que pertenezco. Me da asco vivir en un país que declara esta salvajada es un bien de interés cultural.
Descansa en Paz, Volante. Muérete de vergüenza y de asco, Sergio Sacristán Cantalapiedra, el cazurro que lo asesinó. Perdona, Volante, por no haber podido hacer nada más que pedir un milagro.