viernes, 30 de noviembre de 2012

Implacable November weather


Otro mes que termina hoy. Un mes entero que separa la única entrada del mes de octubre de la única del mes de noviembre. El título de esta entrada no sólo hace referencia al primer capítulo de Bleak House, obra a la que dedico una entrada en mi otro blog (Happy Bicentenary Mr Dickens), tras un regalo muy especial de mi querido amigo Mauricio, sino al tiempo atmosférico (y también cronológico) que nos ha traído este mes de noviembre. Empezó con lluvias torrenciales y está terminando con una ola de frío. Ha traído muchísimo, muchísimo trabajo: correcciones de redacciones, correcciones de exámenes, reuniones de departamento, dos consejos de departamento, más reuniones y más correcciones que apenas me han dejado tiempo para dedicarle a un artículo que tengo que terminar de escribir sobre Mary Wollstonecraft. Noviembre ha estado lleno de eventos y eso hace que, si bien al mirar atrás parezca que se ha pasado volando, cuando observo los días, se me antoja un mes eterno. Uno de los meses del año que más me gustan, por otra parte: mis -bres. Trajo un viaje a Madrid, para ver exposiciones y teatros; trajo un nuevo espectáculo de El Brujo (Mujeres de Shakespeare), al que llegamos por los pelos, después de estar casi 7 horas en el autobús de Madrid al estar la autovía cortada por la lluvia. Ha traído, también, el final de la quinta temporada de True Blood y el principio de la segunda de Once Upon a Time. Esta última, entre tanto trabajo, se me ha pasado por completo. A ver si consigo ponerme al día (veré también si merece la pena...).

El temporal de lluvias torrenciales ha tirado varios árboles, uno de ellos justo al lado de mi casa. El día 9 de noviembre me encontré un árbol atravesado en la acera que lleva a mi calle. Al parecer, hacía poco que se había caído. Era una imagen bellísima y tristísima, al mismo tiempo, porque el árbol estaba perfectamente sano, pero había llovido tanto que había perdido sujeción al suelo, las raíces no debían ser lo suficientemente profundas para su imponente altura, y acabó soltándose. Sabiendo que su destino no iba a ser el trasplante a otro lugar, subí corriendo a casa, cogí la cámara y tomé un montón de fotografías. No podía despegarme del árbol, sentía la necesidad de observar cada rincón, de meterme entre las ramas que conformaban su copa, ahora que estaba en el suelo; tenía que despedirme de él. Y en mitad de la despedida, en una de las gruesas ramas encontré un diminuto caracol, una vida pequeñita que ahora vive conmigo y que, seguramente, habría corrido el mismo destino del árbol. Efectivamente, al poco de subir a casa, ya oí la sierra mecánica. Me asomé a la terraza pero no quise mirar más. Ahora sólo está el pie del tronco mutilado; un recuerdo del magnífico árbol que ya no está.

También ha traído noviembre una compañerilla gatuna algo esquiva. Creo que cuando la vi por primera vez era todavía octubre, pero se mezclan ya las fechas en mi cabeza así que no puedo estar segura de la fecha del primer encuentro, aunque sí recuerdo cómo fue. De vez en cuando, se refugia en un jardincillo que hay en mi bloque una gata negra que ya se me ha pasado por la cabeza adoptar, pero que creo que prefiere ser un espíritu libre. Al principio me rehuía y sólo se acercaba cuando le ponía comida. La veía un par de días seguidos y luego desaparecía para volver a aparecer al cabo de otros dos días, en una ocasión, acompañada de otro compi. Llevo siempre en el bolso una latilla de comida para gatos por si la encuentro, no sea que mientras que subo a casa decida marcharse. Hacía ya algo más de una semana que no la veía pero el martes por la noche, cuando empezó a apretar el frío, pensé que la encontraría al llegar a casa. Y allí estaba, esperando su ración. También estaba el miércoles por la mañana y ayer jueves, también por la mañana (fue entonces cuando me di cuenta de que era una gata, porque me dejó que la cogiera en brazos después de que saliera a saludarme y a restregarme la cabecita) pero ni ayer por la noche ni esta mañana la he visto. Por eso pienso que es un espíritu libre, que viene de vez en cuando a buscar calor y comida, para seguir con su vida. Eso sí, sé que si la veo en apuros, pasará a ser un miembro de la familia. En cierto modo, ya lo es, sólo que es un pelín nómada.

Y mañana, empieza el último "-bre" del año (lo siento, Febrero no cuenta). Y ya huele a Navidad, y mañana toca empezar a decorar la casa y hará un año que empecé a escribir este blog.

(No he tenido tiempo de subir todas las fotos que he hecho y que quiero que ilustren esta entrada en el blog; cuando lo haga, podréis conocer a los tres protagonistas de esta historia: el árbol, el caracol y la gata).

P.D. Hoy, 7 de enero, cumplo lo prometido. Aquí van las fotos del árbol caído y de Caracoli (sí, ya sé que no me he quebrado buscándole el nombre, pero es que es muuuuuuy pequeñín).