miércoles, 16 de septiembre de 2015

Justicia poética

Si algún asomo de duda me quedaba - ínfimo, apenas perceptible - sobre mi sensación de que Tordesillas está ubicado en un continuo espacio-temporal que se ha quedado en el medievo y que está habitado por una mayoría de psicópatas, todas ellas me han sido despejadas cuando me he enterado de cómo se desarrollaron los acontecimientos ayer. Digo que las dudas que me quedaban eran ínfimas porque la larga trayectoria de este vergonzoso "torneo" ha dado muestras de lo que son capaces los especímenes del Australopithecus Tordillensis. Corrobora, igualmente, que quien es capaz de disfrutar inflingiendo semejante crueldad a un ser vivo, lo hará, llegado el momento, con cualquier ser vivo, humano o no humano. Ayer estuvieron a punto de hacerlo, soltando a Rompesuelas frente a los y las activistas que trataban de evitar la ejecución de la masacre, e impidiéndoles ponerse a resguardo en la barrera cuando se dieron cuenta de que el toro estaba suelto. "No la dejes subir", le dijo a su compañero uno de estos mierdas; otro le pegó una patada en la boca a una activista que intentaba subir a la barrera, con un "Ahora jódete zorra y vete con el puto toro". Pura poesía. Y que esta chusma siga viva y Rompesuelas muerto, a mí me hacer hervir la sangre.

Con el estómago encogido desde que hace un mes conocí el rostro y el nombre de Rompesuelas, me pasé la mañana de ayer deseando como ya no podía desear más que el toro corriera, que corriera mucho, que llegara al límite donde podría salvarse. Y me sigo sorprendiendo de mi ingenuidad, como si ya no supiera que estos sádicos psicópatas no respetan ni la vida, ni las reglas. "¿Las re-quéeee? Eso qué es lo que eeeeees". Deseé que Elegido hubiese sido el último, que Rompesuelas se librara y que tuviéramos otro año por delante para terminar con esta salvajada. Hice pactos con el Universo, con la Virgen de la Peña, con la de las Angustias, y le puse una varita de incienso a Ganesha para que quitara todos los obstáculos que impidieran a Rompesuelas correr. Visualicé los titulares: "Rompesuelas vivo" "Rompesuelas indultado". Y no pudo ser - a pesar de que Rompesuelas llegó al ímite donde en teoría debería haber estado a salvo - porque la chusma, sedienta de sangre, tenía que ver al toro muerto sí o sí. En días anteriores, había deseado que, si Rompesuelas no se podía salvar, al menos se llevara a alguien por delante, cuantos más mejor. Sí, lo confieso sin rubor. Pero ayer no quise que nada enturbiara esa concentración en mantener la esperanza por Rompesuelas. "Corre, Rompesuelas." "Escápate, Rompesuelas." "Rompesuelas se salva".

Rompesuelas corrió, pero no se salvó. Y toda esa esperanza salió de repente, desaforada, materializándose en un torrente de lágrimas y en un vómito repentino que no pude controlar. Ahí se quedó la esperanza, dejando lugar para un dolor profundo, desgarrador, acompañado de un odio caliente, insondable, que me lleva a desearles la peor de las muertes a esta escoria humana.

Ese dolor, mezclado con ese odio, no ha parado de llorar por Rompesuelas, al tiempo que no ha dejado de desear que un francotirador acabe con cada uno de los que levantan su lanza contra el toro, para que ninguna llegue a su destino. Y fantasea con la idea de que un virus selectivo termine con todos los especímenes del Australopithecus Tordesillensis - hombres y mujeres - y que no afecte al resto de los animales, ni a los niños y niñas (todavía hay esperanza) ni al resto de tordesillanos y tordesillanas que no pueden alzar su voz contra esta barbarie - y los hay -  asustados por las represalias de las que serían víctimas por parte de sus paisanos. Lo dicho, un virus letal que acabe contra el Australopithecus Tordesillensis. Y la Marga que esto escribe se habría horrorizado hace un tiempo por regodearse con semejante escenario, pero es que ya no le queda lugar para gastar misericordia con quien no la merece. Uf, merecer. Peliagudo verbo. Sé muy bien que no soy nadie para juzgar quién merece o no morir, pero lo cierto es que no puedo sentir pena por el sufrimiento de quien lo inflinge conscientemente por puro placer. Y no lamento no sentirlo. Es lo que hay.

Puestas a imaginar, imagino un final que dé por terminado el torneo definitivamente; un final a lo Zoo, la novela de James Patterson de la que hace poco se estrenó una serie de televisión. Imagino a Rompesuelas haciendo el mismo recorrido que sus predecesores, dirigiéndose hacia el campo donde le espera su destino, asustado por lo extraño de la situación pero certero en su paso. Imagino a los Australopithecus detrás de él; algunos a caballo, otros  y otras a pie, unos lanza en ristre, otras y otros simplemente acompañando, disfrutando del espectáculo, sedientos de sangre. Rompesuelas echa a correr, salta el vallado y la persecución empieza. Llegado a un punto, se vuelve a sus perseguidores y, como respondiendo a una llamada inaudible, los caballos se ponen nerviosos, relinchan, se encabritan y tiran a sus jinetes. Unos se parten el cuello, otros se clavan la lanza y yo ni me inmuto. Estoy extasiada. Los caballos escapan y algunos, en su huída, pisotean a otros tantos jinetes. Y sigo sin inmutarme. La multitud aún no entiende qué está pasando, sin saber que lo mejor está por venir. No sé de dónde han salido, pero el campo empieza a llenarse de toros. Caminan sosegadamente pero con determinación, sin pararse a olfatear, ni a mordisquear. Normalmente no tienen interés alguno por los humanos, pero estos Australopithecus Tordesillensis parecen llamar su atención. Para cuando la chusma quiere darse cuenta, están dentro de una elipsis irregular cuyo final no alcanzan a ver, aunque sienten que están rodeados. Rompesuelas, el elegido de este año, empieza a correr, y como una ola, todos los demás toros se movilizan, transformándose en un ejército destructor. Rompesuelas corre, corre, y con él todos los toros que la vista no llega a abarcar. Y se llevan por delante a quienes se encuentran en su camino. No mercy. Quien no participa en el torneo, evidentemente, queda a salvo, igual que los niños, niñas, perros y perras que no están allí por elección  La naturaleza es selectiva y queda extinta esta variante Tordesillense del Australopithecus.

Lo sé, lo sé. El placer que me producen estas ensoñaciones me sitúa muy cerca de estos seres despreciables a los que quiero ver exterminados. Puede ser. Yo lo siento más como un placer producido por un caso de justicia poética. Ya que la divina y la humana parecen brillar por su ausencia, me da la sensación de que la poética es en estos días la única forma de justicia que nos queda.

Y no, por favor, no me vengáis con el rollo de que la vida humana vale más que la no humana y demás zarandajas. Ninguna vida tiene un valor intrínseco superior a cualquier otra. Para cada ser vivo, su vida es única. El valor que le damos a cualquier vida es siempre extrínseco: mi vida vale más (para mí)  que la del vecino del cuarto, y para el vecino del cuarto la suya vale más que la mía. Lógico. Podemos pensar que la vida de alguien que está trabajando en encontrar una cura contra el cáncer vale más que la de una profesora de literatura inglesa, y así hasta el infinito, dependiendo de lo que cada cual valore más. Pero ese valor, insisto, no es nunca intrínseco. Para mí, la vida de cualquier animal, humano o no humano, vale mucho más, infinitamente más que la del animal humano que lo maltrata. Y así, hago mías las palabras de Ricky Gervais que tan polémicas fueron este verano:  “The truth is, I do prefer the bull to win. I’ve said very often, I’d rather you didn’t fight a bull. But, if you do, if you choose to torture an animal to death, for fun, I hope it defends itself.”

miércoles, 12 de agosto de 2015

Caracoli-Turbo

Una semana y un día hoy del fatídico accidente, Caracoli lindo. Agarrándome a cualquier esperanza te he traído hasta aquí, pero creo que te deshaces. Y yo me rompo y no puedo perdonarme. Si sólo, si sólo, si sólo... Cuánto cambia todo en un segundo y qué distinto sería de haber hecho otra cosa. Son accidentes, me dices, pero se podían haber evitado, digo yo. Porque la víctima es otra. Tú. Y te echo de menos, tan pequeñín, saliendo de tu concha a explorar tu casa nueva, tu hogar de verano. Por tratar de cuidarte lo mejor posible, al final, en lo más tonto, caíste. Lo siento tanto. Ojalá pudiera dar marcha atrás en el tiempo y dejarte en casa, para preparar tu viaje al día siguiente, en lugar de querer controlarlo todo. ¿Me perdonas? Porque yo no puedo.

viernes, 1 de mayo de 2015

Mi Johnny, Johnnitín.



Johnny gallardo en el verano de 2011

Se me ha ido mi Johnny entre esta noche y esta mañana y yo no estaba allí para poder acompañarle. Anoche me llamó Matthias para decirme que se lo había encontrado en el suelo, lo llevó al veterinario y vieron que se había comido algunos dedos. Llevaba un tiempo con una pata rara y yo, por no causarle estrés, al ver que estaba bien, que comía tranquilo y hacía su vida normal, me resistí a llevarlo al veterinario, pensando que serían achaques de la edad y que, con 8 años, el estrés podía llevárselo por delante. Y ahora me culpo, aunque sé que también me culparía si lo hubiera llevado y le hubiera dado un infarto. El caso es que el dolor por la pérdida siempre me lleva a culparme, pero en este caso, además, me culpo por no haber podido estar a su lado, porque se haya muerto solito en una jaula separado de Nati para que estuviera tranquilito. Y me culpo porque ayer mismo pensaba que en junio Minca cumple años y no me acordé de que Johnny también. En su caso no sé la fecha exacta, pero se que es en junio porque le puse Johnny por la proximidad de la fecha de San Juan. Y ahora se me ha ido, y yo fuera de España.
Cuando se murió Fanny, le pedí perdón por si la había agobiado demasiado al final, ahora con Johnny, no lo he agobiado, simplemente porque no estaba allí para que pudiera pasar tiempo entre mis manos, como hice con Fanny, dándole calorcillo y amor. Esta noche he estado pensando constantemente en él, enviándole amor y calor y diciéndole que no estaba solo, que mi corazón estaba, que está con él. Pero estaba a más de 1000 kilómetros y no he podido acariciarlo.

Fanny y Johnny, en el verano de 2011. Ojalá estén juntos ahora
En esta foto de arriba, del verano de 2011, Johnny está con su postura gallarda, la misma que he estado recordando hoy para desearle que sacara pecho y saliera adelante. Pero en esta foto está solo, y no quiero que lo esté, porque nunca lo estuvo, hasta anoche :____( , así que añado la que puse cuando se fue Fanny ya que, teniendo en cuenta que son los periquitos que más tiempo han pasado juntos (Fanny 2005 - 2013, Johnny 2007 - 2015) me parece apropiado. Cuando llegue el lunes irá a hacerle compañía, junto con Wintry.

Vuela libre, Johnny, buen viaje, feliz reunión y perdona si no he sabido ver qué te pasaba. Hasta que volvamos a encontrarnos.

sábado, 25 de abril de 2015

Echar de menos

Leí este verano una entrevista que he hicieron en El País Semanal a Dani Rovira y me grabé a fuego un comentario que hizo por la actitud tan distinta a la mía que mostraba. Decía Rovira que, desde que pegó el salto a la fama, vive echando de menos muchas cosas y a muchas personas. Este echar de menos, lejos de ser un motivo de tristeza, lo veía como señal de algo positivo porque decía que, al contrario de lo que dice mucha gente, a él le faltan dedos en las manos para contar los amigos que tiene. Quise quedarme con esa reflexión para darle un color distinto a mi nostalgia permanente, si bien me cuesta conseguirlo.
Lucky Lluqui con lucky Marga
Mañana hará 4 semanas que estoy de estancia de investigación en Francia. Entraré, por tanto, en la recta final, pues vuelvo a Granada el día 4 de mayo. Cuando me venía, no hacía más que decir que para qué demonios me largaba 5 semanas sin mis seres queridos y sentía que estaba "abandonado" a mis compañeros peludos y plumíferos. He de confesar que lo único que me animaba era saber que me iba a quedar en la casa que Matthias tiene cerca de París y que aquí está Lluqui. Pues ahora me da una angustia tremenda el pensar que ya me queda poco tiempo de estancia y que ya no lo volveré a ver hasta el verano. Y cuando vuelva en verano me dará angustia dejarme a los otros allí. ¿Tan difícil me resulta interiorizar la suerte que tengo de poder compartir espacio, tiempo y amor aquí y allí? Dicen que el hogar está donde está el corazón, y el mío está esparcido por muchas partes. Eso debería ser bueno y mi cabeza me dice que así es, pero el corazón se angustia por lo que no está. Vaya manera de complicarme la vida y de hacerme infeliz, cuando debería ser tan fácil verlo como Dani.
Siempre he pensado que no me gustan las despedidas porque todas son un anticipo de la despedida última, pero creo que eso es demasiado cerebral. No me gustan porque me cuesta despegarme de los seres que quiero, aunque vaya a encontrarme con otros a quienes también quiero. El amor no se gasta; al contrario, es sorprendente la capacidad que tiene para hacerse cada vez más grande y superar todas las barreras, pero el corazón se resiente en el momento de la separación. Claro, que también se alegra con el reencuentro. Uf.