Por seguir mejorando. Esas lágrimas de tu compañero humano no podían tener mejor recompensa. Mucha suerte a los dos. Espero que volvamos a encontrarnos.
27 de abril. He vuelto a ver a Arlina y a su compañero humano desde aquél 16 de marzo el día en que me paré a hablar con él para saber qué le había pasado a su perrita. Me contó entonces, entre lágrimas, que Arlina había mordido un cable, le había dado una descarga eléctrica que le había causado daños en la boca y en el interior de su cuerpecito y que el lunes la operarían; estaba pidiendo dinero para la operación y el día era particularmente inmisericorde. Yo, que adoro los días de lluvia, me desperté en varias ocasiones en mitad de la noche deseando que cesara, preguntándome dónde diantres estarían refugiados.
Me enteré de que Arlina estaba mejorando porque le pregunté a otro chico que pedía cerca de donde el otro estaba el fin de semana. Tenía otros perros, pensé que podría conocerlo y resultó ser amigo del anterior. Desde entonces, he visto a Arlina y su compi el el sitio en el que los vi por primera vez; los he visto desde el autobús o desde la acera de enfrente, pero confieso que no he querido acercarme a preguntar por si resultaba no ser Arlina y el chico me decía que había muerto. Bendita ignorancia ¿no?
Pues no, harta de tanta cobardía, crucé la acera el miércoles pasado y estuve hablando un rato con el chico y ¡jugando con Arlina! Es un terremoto de cachorrillo que lleva en la boca la marca de sus travesuras pero que no le afecta en absoluto para comer. De hecho, según me comentó su humano, es una tragona. Me dijo que se marchaban, que ponían rumbo a Cádiz, al mar, a finales de mes. Les deseé mucha suerte. Ayer volví a verlos, Arlina dormía, ahora protegida del sol por los cartones en los que el chico pide dinero para él y su perrita en plena Gran Vía. Imagino que el lunes ya no estarán allí. ¡Ojalá que les vaya bonito!