lunes, 12 de agosto de 2019

¿Dónde van las historias no escritas?

Esas ideas que se agolpan y cobran forma en la cabeza hasta transformarse en jirones de historias ¿dónde van si no se escriben? ¿Se quedan en una especie de limbo esperando a que la memoria se acuerde de ellas y las materialice en una pantalla del ordenador, en una hoja de papel? No se encarnarán en las mismas hileras de palabras, que nos parecieron bellas, incluso perfectas, pero que no nos atrevimos a transcribir, quizá por algún miedo a que, al hacerlo, perdiesen esa inmortalidad que caracteriza a las ideas. Sobre cómo Brontë vino a dar con nosotros, las y los peris, las palomas desvalidas, la pérdida de una amiga tan, tan reciente, sueños con zorros a raíz de historias de zorros, esas siguen ahí, algunas más o menos detalladas, en algún apunte que habrá que buscar; otras se han escondido ¿buscando refugio o consuelo? Trato en vano de recordar la del zorro, que creo haber construido tras un sueño casi al completo. No recuerdo si la apunté y, si lo hice, a saber dónde.
¿Dónde se han ido?

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