Mi tita Mary era dos años mayor que mi madre; sin embargo,
al haber estado soltera toda mi infancia, al llevarme y traerme a todas partes
como si fuera su mascota, parecía la hermana joven. “Tú como yo. Independiente.
Y sin niños”.
Mi tita
Mary me sentaba a bordar en sus rodillas cuando yo era demasiado pequeña para
recordarlo, aunque veo la imagen vivamente de tantas veces que me lo contaba.
“¡Tan chiquitilla! ¡Qué chiquitilla eras! ¡Una muñeca!” La veo desde un ángulo
imposible, porque nos veo a las dos frente a la máquina de coser; pero la veo.
Mi tita
Mary nos contaba muchas historias y el otro día la recordaba sentada en la mesa
camilla, con aquella Biblia enorme, leyéndome en voz alta. No recuerdo que me
leyera de la Biblia en más ocasiones, solo aquella, aunque puede que fueran
varios tardes seguidas, pero sí de otras muchas fuentes. Me encantaba oírla
leer, verla pasar las páginas. Me gustaba verla doblar el periódico mientras lo
leía, y tocarse el pelo de aquella manera que a mi abuelo le disgustaba tanto y
que ella repetía porque le encantaba chinchar. ¿Y cuándo bostezaba? “Mari
Lourdes, por Dios”. Y se reía. Sí; porque le encantaba chinchar.
Mi tita
Mary nos contaba muchas historias, y las repetía. “Uf, otra vez”. “Sí, tita, yaaa. Si ya lo
sé”. Y pienso que me irritaba porque esa nostalgia suya me recordaba a la mía.
“Cómo pasa el tiempo. Qué pena. Tan chiquitilla que eras”. Y ahora me detesto
por no haberle prestado toda la atención que pedía y que merecía; y me encantaría
pedirle que me las volviera a contar, como anoche le pedí que lo hiciera a
Irene, cuando apenas le salía la voz. “Como Chloe”.
Mi tita
Mary coleccionó los fascículos de “Las Estrellas”. Cada semana, la nueva
entrega. Marilyn Monroe creo recordar que fue la primera; luego vinieron Clark
Gable y Marlon Brando, aunque no sé si en ese orden. Y otros muchos más. Los
encuadernó, y el pasado día 1, cuando estuvimos viéndola en casa, vi los tomos
en una estantería de su salita y me transporté a la infancia. Recordamos juntas
y, en esos recuerdos, seguro que viajamos las dos al salón de la casa del
abuelo, aunque yo también viajé a esa salita en la que estábamos entonces, a un
pasado más cercano, hace 32 años, cuando era otra salita, en la que yo dormía
cuando me quedaba en su casa.
Mi tita
Mary me bordó ropita de cama para mis muñecas, me llevó de viaje, me hizo
fotos, películas, me contaba cuentos cuando dormíamos juntas, en la habitación
que compartía con mi tita Elvira cuando vivían con mis abuelos; mi hermano
Nacho con la tita Elvira, yo con la tita Mary. La oigo pronunciar Rapunzel pero
no consigo acordarme de qué era lo que robaba el padre. ¿Lechugas? ¿Coles? ¿Berzas? ¿Repollos? Ahora
no lo sabré. ¡Berzas! ¡Creo que eran berzas! Y yo cogía ese Jerry con biberón encima de la mesita de noche. “¿Quieres
que te cuente el cuento del gallo pelao?” “Sí” “Yo no digo ni que sí ni que no;
que si quieres que te cuente el cuento del gallo pelao.” “No”. “Yo no digo ni
que no ni que sí, que si quieres que te cuente el cuento del gallo pelao.” “Ofú,
titaaaaaa”.
Mi tita
Mary cantaba en un coro, y escuchaba a Jarcha, y a Eduardo Aute, y se compró un
equipo de música chulísimo en el que yo escuchaba discos horas y horas.
Mi tita
Mary tenía mucho genio; como yo. “Tú como yo”. El bicho que le picó al tren. El colirio de pilocarpina.
Mi tita
Mary nos quiso a rabiar, nos quiere a rabiar, y yo espero que ella se haya sentido querida; espero que sepa cuánto la queríamos, cuanto la queremos; cuanto la
quería, cuánto la quiero. Te quiero, tita Mary.
Mi tita
Mary se ha ido y a mí se me ha roto el alma.