sábado, 16 de noviembre de 2019

Mi tita Mary




Mi tita Mary era dos años mayor que mi madre; sin embargo, al haber estado soltera toda mi infancia, al llevarme y traerme a todas partes como si fuera su mascota, parecía la hermana joven. “Tú como yo. Independiente. Y sin niños”.
            Mi tita Mary me sentaba a bordar en sus rodillas cuando yo era demasiado pequeña para recordarlo, aunque veo la imagen vivamente de tantas veces que me lo contaba. “¡Tan chiquitilla! ¡Qué chiquitilla eras! ¡Una muñeca!” La veo desde un ángulo imposible, porque nos veo a las dos frente a la máquina de coser; pero la veo.
            Mi tita Mary nos contaba muchas historias y el otro día la recordaba sentada en la mesa camilla, con aquella Biblia enorme, leyéndome en voz alta. No recuerdo que me leyera de la Biblia en más ocasiones, solo aquella, aunque puede que fueran varios tardes seguidas, pero sí de otras muchas fuentes. Me encantaba oírla leer, verla pasar las páginas. Me gustaba verla doblar el periódico mientras lo leía, y tocarse el pelo de aquella manera que a mi abuelo le disgustaba tanto y que ella repetía porque le encantaba chinchar. ¿Y cuándo bostezaba? “Mari Lourdes, por Dios”. Y se reía. Sí; porque le encantaba chinchar.
            Mi tita Mary nos contaba muchas historias, y las repetía.  “Uf, otra vez”. “Sí, tita, yaaa. Si ya lo sé”. Y pienso que me irritaba porque esa nostalgia suya me recordaba a la mía. “Cómo pasa el tiempo. Qué pena. Tan chiquitilla que eras”. Y ahora me detesto por no haberle prestado toda la atención que pedía y que merecía; y me encantaría pedirle que me las volviera a contar, como anoche le pedí que lo hiciera a Irene, cuando apenas le salía la voz. “Como Chloe”.
            Mi tita Mary coleccionó los fascículos de “Las Estrellas”. Cada semana, la nueva entrega. Marilyn Monroe creo recordar que fue la primera; luego vinieron Clark Gable y Marlon Brando, aunque no sé si en ese orden. Y otros muchos más. Los encuadernó, y el pasado día 1, cuando estuvimos viéndola en casa, vi los tomos en una estantería de su salita y me transporté a la infancia. Recordamos juntas y, en esos recuerdos, seguro que viajamos las dos al salón de la casa del abuelo, aunque yo también viajé a esa salita en la que estábamos entonces, a un pasado más cercano, hace 32 años, cuando era otra salita, en la que yo dormía cuando me quedaba en su casa.
            Mi tita Mary me bordó ropita de cama para mis muñecas, me llevó de viaje, me hizo fotos, películas, me contaba cuentos cuando dormíamos juntas, en la habitación que compartía con mi tita Elvira cuando vivían con mis abuelos; mi hermano Nacho con la tita Elvira, yo con la tita Mary. La oigo pronunciar Rapunzel pero no consigo acordarme de qué era lo que robaba el padre.  ¿Lechugas? ¿Coles? ¿Berzas? ¿Repollos? Ahora no lo sabré. ¡Berzas! ¡Creo que eran berzas! Y yo cogía ese Jerry con biberón encima de la mesita de noche. “¿Quieres que te cuente el cuento del gallo pelao?” “Sí” “Yo no digo ni que sí ni que no; que si quieres que te cuente el cuento del gallo pelao.” “No”. “Yo no digo ni que no ni que sí, que si quieres que te cuente el cuento del gallo pelao.” “Ofú, titaaaaaa”.
            Mi tita Mary cantaba en un coro, y escuchaba a Jarcha, y a Eduardo Aute, y se compró un equipo de música chulísimo en el que yo escuchaba discos horas y horas.
            Mi tita Mary tenía mucho genio; como yo. “Tú como yo”. El bicho que le picó al tren. El colirio de pilocarpina.
            Mi tita Mary nos quiso a rabiar, nos quiere a rabiar, y yo espero que ella se haya sentido querida; espero que sepa cuánto la queríamos, cuanto la queremos; cuanto la quería, cuánto la quiero. Te quiero, tita Mary.
            Mi tita Mary se ha ido y a mí se me ha roto el alma.