El jueves 23 no asistí a mi cita semanal con los personajes que habitan en Storybrooke (thank God for iPlus!). Los dejé esperando (aún no he visto el episodio) para asistir al preestreno de La invención de Hugo, la última película de Martin Scorsese. En colaboración con Paramount, Kinépolis organizó un preestreno benéfico a favor de la asociación AIRE-SQM y Elvira Roda, de tal manera que todo lo recaudado fue a parar íntegramente a esta asociación benéfica que tiene como objetivo ayudar a los afectados de Sensibilidad Química Múltiple, la enfermedad que padece Elvira Roda (http://elviraroda.org/). No puedo imaginar una película más apropiada - de las que se están proyectando en este momento - para colaborar en esta causa.
La invención de Hugo es ya una de las películas que sé que se han quedado alojadas para siempre en mi corazón. Es una conmovedora - que no ñoña - historia de tintes Dickensianos perfectamente orquestada para llevarnos, a través de Hugo y su autónoma, al homenaje que Scorsese rinde a los inicios del cine. No hago más que recomendarla desde que la vi, como si me fuera la vida en ello. Creo que es de esas películas que no hay que perderse, que nos reconcilian con la vida, con su dureza, pero también con la esperanza. Es imposible no enamorarse de cada uno de los personajes, pero especialmente del entrañable Hugo, afanado en arreglar a su autómata, lo único que le queda de su padre, con la esperanza de sentirse un poco menos solo. Magnífica la interpretación del joven Asa Butterfield, elegante el uso del 3D, que no busca el efectismo barato que tanto me molesta y que me ha llevado a decantarme por las 2D siempre que se me da la opción. El jueves pasado no había opción, y creo que fue mejor así. También acertó Scorsese en el tono narrativo, especialmente en el cuidado con que cada personaje es presentado al espectador hasta que va tomando cuerpo; la historia se cuece a fuego lento, sin asaltos rápidos, dejando que cada personaje contribuya al argumento a su debido ritmo. El resultado es una película bellísima, una historia de pérdida y dolor, pero también de esperanza y amor, del poder de las narrativas (reales y ficticias) para conectar nuestras vidas y para ayudarnos a vivir nuestros sueños. Como dice Hugo, si el mundo es una gran maquina, y en una máquina no hay piezas que sobren, todo lo que existe ya en este mundo tiene una misión que cumplir en el funcionamiento de la máquina. En esta ocasión, es, precisamente, una máquina la que activa el desarrollo de esta historia particular.
Como Michel Hazanavicius ha hecho con The Artist, Scorsese ha rendido homenaje al cine mudo (Scorsese se ha decantado por el cine fantástico de George Méliès) ambas se presentan como las favoritas para los óscars y yo tengo el corazón "partío". ¿No pueden llevarse un óscar a la mejor película ex aequo? ¡Ay!